domingo, 19 de febrero de 2017

HISTORIA DEL RETRETE (I)


            Esta primera entrega dedicada a la Historia del retrete, en la que me remonto a la Antigua Roma, tiene más de verdad que de invención, por lo que, solo puedo atribuirme el mérito de haberla dado a conocer en verso.

            Antes de hacerla pública, la he presentado a la consideración de un personal entendido, cuya imparcialidad crítica ha sido indiscutible. Animado por sus muestras de ánimo, he decidido ofrecerla, no sin antes repetir que los personajes y situaciones de los que hablo son reales.


   (Antigua Roma)

HOY tenemos un prurito
con la cuestión de ir al baño
que no se tenía antaño.
Hoy el retrete es un rito.                                 4

Lo usamos sin adyacencia,
sin público, en reservado,
y lo hacemos en privado,
sin ninguna otra presencia.                            8

Disponemos de silencio,
querencia, tranquilidad,
y tanta salubridad
como defendió Terencio,                              12

escritor que sugirió
que, de marisma o pantano
no bebiera el ciudadano,
pues bichos raros halló.                                16

Él presentó la propuesta
de que, en todas las letrinas,
se colocaran cortinas
para prevenir la “ingesta”                              20

de volátiles hedores.
Y es que, en la Roma imperial,
era común y normal
que matronas, senadores,                            24

jovencitos y vejetes,
cuando el cuerpo lo exigía,
hicieran en compañía
el uso de los retretes.                                    28

Sabemos, de buena tinta
que, compartir el roscón,
no causaba turbación
ni al rico, ni al cagatinta.                                32

Los roscones se horadaban
en unos bancos dispuestos
en extremos yuxtapuestos,
o en filas que se cruzaban.                            36

Y, como no había puertas,
lo de encerrarse, ni hablar:
aquello de defecar
eran “jornadas abiertas”.                                40

¡Qué curiosos los latinos!
¡Evacuaban en tertulia!
Familias como la Julia,
los Flavios, los Antoninos...,                          44

lo pasaban ricamente
“haciéndolo” en compañía.
Por todas partes había
letrinas, y tanta gente,                                    48

que, desde Roma hasta Siria
(según miramos al Este,
y por Hispania al Oeste),
y en la montañosa Iliria,                                 52

todas las vías romanas
contaban con excusados
para que los “apurados”
(cuando les entraran ganas)                         56

cagaran, sin miedo escénico.
En las más selectas “lonjas”
se compartían esponjas
(no había papel higiénico).                            60

Había una canaleta
por la que el agua corría
y evacuaba en una vía:    
Vía de la Cagaleta.                                         64

No es broma. La Vía Apia,
la Vía más legendaria,
fue llamada Mingitaria
por la gente de prosapia.                              68

Cada tres fictus (mojones),
algo más de seis kilómetros,
(es decir, sesenta hectómetros)
se advertía con letrones                                72

la presencia de portales,
cabañas o cobertizos,
barracuelas y chamizos
para usos “defecales”.                                   76

Quien decidía evacuar
en un retrete viario,
siempre hallaba voluntario
con el que poder hablar.                               80

Y no importaba de qué:
de gladiadores, del tiempo,
o de cualquier contratiempo,
a buen seguro no sé.                                     84

Aunque sí sé que, al final,
terminada la “faena”
(al no existir la “cadena”
como en época actual),                                 88

la deyección se marchaba
por un común canalón
que, bajo el “banco–roscón”,
lleno de agua cursaba.                                  92

Después de la evacuación,
tocaba limpiarse el ano
con algo que estaba a mano:
la esponja del canalón.                                 96

Y esa esponja, denigrada,
objeto de nuestras risas,
utilizada sin prisas,
de un culo a otro pasaba.                            100

Y, así, sucesivamente,
con notable parsimonia,
cumplía “la ceremonia”
el vecino o adyacente.                                 104

Por un edicto imperial,
quien sufriera de almorranas
usaría palanganas:
¡La sepsis era mortal!                                   108

En la Antigua Roma, vemos
que no existió “el reservado”,
en el sentido privado
con el que hoy lo entendemos.                    112

Y llego al final, lectores,
aunque no al fin de la historia,
pues, conservo en la memoria
referencias posteriores.                               116

Y, si no me criticáis
por esta primera parte,
con lo mejor de mi arte
procuraré que sepáis                                    120

cómo trató la Edad Media
la cuestión de los detritos.  
(como haya quejas, o gritos
venderé la enciclopedia)                              124




1 comentario:

  1. La mare de Deu, ¿la caducidad de las esponjas como se determinaba,como la de las bolsas de mercadona?

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