Ha pasado casi un año desde que
publiqué mi último chisneto en este blog. Un año en el que he sufrido una
tercera operación de rodilla, he sido abuelo por octava vez, y en el que, desde
primeros de octubre, he pasado a engrosar la lista de jubilados de este
variopinto país.
Ha sido un año en el que he descubierto
un nuevo entretenimiento, bueno para el ejercicio mental y lingüístico: desde
septiembre pasado compito contra múltiples usuarios de la aplicación Apalabrados, gracias a la cual he tenido ocasión de intercambiar mensajes con
algunos de ellos: Rocío (de Bilbao), Ramón (el primero en descubrir mi
verdadero alias; y en ganarme), Adela (durísima) Elisa, Enri, Nora, “08” , Pilo, Jose, Mihaela (la
más reciente), y muchos otros oponentes, entre los que incluyo a conocidos y
familiares. A todos ellos quiero dedicar esta historia que sigue y que, a pesar
de que tenga ya algunos años, viene a cuento por cuanto, esta mañana, he oído
en Radio Nacional, que se suspende la representación de la ópera Turandot, por una sinusitis del tenor protagonista.
En ese momento he recordado la que tuvo
lugar en el Teatro Cervantes de Málaga, y que en “un alarde de cultura”, y,
previa participación en un sorteo de entradas, se ofreció en exclusiva a
nuestra Comunidad universitaria. Lo que sigue es el relato fehaciente del
desarrollo y posteriores secuelas de aquella representación.
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TURANDOT
(La historia)
[I]
Nos tocó en el sorteo de la UMA
dos entradas del alto “gallinero”
–fila dos, uno y tres, piso tercero–
para ver Turandot. Cojo la pluma:
“La china Turandot era una gorda
(especie de Garrido en plan reinona),
con su melena larga y cara mona
que en cuestiones de amor, se hacía la
sorda.
Cortaba la cabeza del osado
cortejador, galán, o pretendiente
que no sabía el quid de un acertijo.
El último en sufrir el afeitado
fue un príncipe iraní, rico y pudiente,
de aspecto desnutrido, y muy canijo.
[II]
Un día llega él (Calaf de nombre),
hijo de un rey proscrito, un tal Timur,
que acierta de corrido el calambur
y queda finalista el bravo hombre.
(es decir, TURANDOT) eran el quid.
Mas, la china le dice al adalid
que no quiere casorio su persona.
El héroe propone a la princesa
que, a su vez, ella acierte otra charada,
y, así, la librará de su promesa.
La infanzona le canta, cual jilguero,
la historia de su abuela, abandonada
y “ajada” por un príncipe extranjero.
[III]
Y el pueblo de Pekín halló su horma,
pues, tuvo que pasar la noche en vela,
por culpa de la nieta y de su abuela,
mientras Calaf cantaba el Nessun dorma.
Al final, el galán le dio una pista
y la altiva princesa lo acertó:
“AMOR” –dijo la china– y se rindió
ante el bravo y ferviente finalista.
El nota la besó y, en un momento,
se le pasó el berrinche al “elemento”.
Para mí, que él estaba del “cacumen”
pues la infanta, tan recia y tan
gordilla,
parecía un tonel. Bien; en resumen:
la función se nos hizo pesadilla.
TURANDOT
(Las localidades)
[I]
Señor Rodríguez (Pedro), Director
General de Cultura de esta Casa,
Quisiera agradecerle –no sin guasa–
los pases (dos entradas de favor)
que envió, dirigidos a mi esposa,
para ver una ópera afamada;
hablo de Turandot,
la inacabada
obra del gran Puccini. Deliciosa
pudo ser la sesión, mas..., ¡suerte mía!
nos tocaron dos sillas en las nubes,
entiéndase, más bien: de gallinero,
paraíso, azotea o
gradería,
pues tienes que subir, subes y subes...,
y paras cuando llegas al tercero.
[II]
Estar toda la noche en una silla
tan dura, sin respaldo y sin cojín,
no lo aguanta ni el pueblo de Pekín
por mucho que aguantara a la gordilla.
Maite López Beltrán sufrió lo mismo
(pues compartió la silla colindante),
y hablamos y rajamos del feriante
que nos hizo aprender contorsionismo.
Sufrí de cervicales y almorranas
y pasé en un escorzo la función,
y, aunque ya tengo el culo como nuevo,
y todas las costillas casi sanas,
me queda descontento y desazón,
pues,
un poquito más y pongo un huevo.”