A finales de un abril que nos deja ante unas complicadas
elecciones generales, alguien me pregunta sobre mi inclinación política en
estos comicios. A modo (no en “modo”) de parábola, me permito responder: “Soy
jubilado (no obrero), padre real, no putativo (p.p.); estoy a favor del género no marcado, no tengo voz (pero sí voto), y, además, me considero ciudadano
español por encima de otras etiquetas”.
Este “pseudo
calembour”, puede no estar claro, como tampoco lo está que, en una semana de
Pascua y de milagros, de fe y de gracias merecidas, que se salda con el Domingo
de Misericordia, la voluntad divina venga a solucionar este problema patrio y
doméstico.
Si no lo creéis leed esta historia.
EL
MILAGRO DEL MISIONERO Y EL LEÓN
Apenas despuntada la mañana,
un viejo misionero, sin compaña,
prepara su morral en la cabaña
que tiene establecida en la sabana.
Con talante optimista y bonachón,
embolsa el material que ha preparado
para llegar al próximo poblado,
destino de su anónima misión.
Mas, justo cuando sale del chamizo,
aparece un león grande y macizo.
El misionero teme –es lo normal–,
y dirige a los cielos su plegaria:
«Infúndele, Señor, a este animal
los sentimientos propios de un
cristiano».
Tras esto se persigna con la mano,
y, al momento, la bestia solitaria,
aquel fiero león, voraz y hambriento,
agacha la cabeza y se arrodilla.
Y dice por su boca ¡oh maravilla!:
«Bendice, Señor mío, este alimento...».