A mi querido amigo, compañero y valedor, el profesor García Peinado quien, afortunadamente, para la ciencia filológica y traductoria, "aunque se va, no se va".
[I]
Un sastre, que empezaba en el oficio,
instalóse en un
barrio conocido
haciéndose anunciar
—como es debido—
con precio
razonable y buen servicio.
Montó una sastrería
bien surtida
y se sentó a
esperar a un parroquiano.
Al poco, presentóse
un primo hermano
queriendo hacerse
un traje a la medida.
Si el sastre le
midió con cartabón,
con metro de
albañil o con regleta,
si el nota lo midió
de abajo arriba,
no lo sabremos
nunca: el pantalón
colgaba medio
metro, y la chaqueta,
con mangas
desiguales, le hacía giba.
[II]
Cuando
se vio en el traje el buen cliente
le dijo, algo cortado, al sastrecillo:
“La manga, por
aquí, cuelga un poquillo”.
“No es nada
—respondióle su pariente—,
con que dobles el
codo está arreglado;
incluso te dará
mayor prestancia”.
“¿Y también la
joroba da elegancia?”
-preguntó el pobre
hombre, algo escamado.
Y dijo el alfayate,
terminante:
“Hay que ver, primo
Juan, qué tonto eres;
si te inclinas un
poco hacia adelante,
te arreglo ese
fardel con alfileres”.
“¿Y el hombro que me
queda tan caído?”
“Te lo subo con guata, y concluido”.
[III]
“De acuerdo —dijo el hombre resignado —;
lo malo es el
pernil que sobresale”.
Y respondióle el
sastre: “Vale, vale,
encoges la rodilla,
y solventado”.
Después del "arreglillo" pertinente,
el tipo parecía una
alcayata.
El sastre, le soltó
una perorata
y el otro la aceptó
calladamente.
Y, así, tras
realizar un gran esfuerzo,
el hombre se
enfundó en el atavío
y lució por la
calle su ropaje.
Y uno dijo, mirando
aquel escuerzo:
“Hay que ver lo mal
hecho que está el tío
y lo requetebién
que le está el traje”.
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