miércoles, 19 de octubre de 2016

AL QUE DIERON A ESCOGER EL PURGATORIO



         Esta historia (casi real como la vida misma) está dedicada a mi contrincante de Apalabrados, Rocío, con el buen deseo de que, al leerla, pueda compaginar una posible sonrisa, con la alegría que le produce el haber encontrado un trabajo fijo. ¡Enhorabuena!


AL QUE DIERON A ESCOGER EL PURGATORIO
A un español que en tiempos trabajara
en tierras alemanas –dice el cuento–,
le llegó, como a todos, el momento
de entregar el petate y la cuchara.

Como no cometió mortal pecado
–tan solo venial–, fue al Purgatorio,
lugar del que sabemos, por notorio,
da derecho a ir al Cielo, “reciclado”.

Como fuera su oficio el de peón,
le dieron un trabajo facilito.
Para saldar su pena pintaría

la pared de una enorme habitación
con un cubo repleto de detrito,
al sonar la sirena cada día.

Mas, como el hombre hubiese producido
en tierra nacional y en la extranjera,
un ángel preguntó que le dijera,
cuál era el Purgatorio preferido:

«Escoge: ¿el español o el alemán?».
«¿Es que no hay Purgatorio “todo uso”?
–inquirió el paisano algo confuso–.
¿A cuál irías tú, mi ángel guardián?».

«No habría de ser yo quien opinara,
pues, soy un alma pura e inocente
tocada por la gracia y la fortuna

–y añadió el querubín–. Si se tratara
de dar un buen consejo, simplemente,
me iría al español sin duda alguna.

«Acaso hay diferencia sustanciosa»,
preguntó el español a su querube.
«Lo sé de buena tinta, aunque no estuve;
y, para convencerte, oye una cosa

que te hará más liviana la condena.
A veces, el que está a cargo del puesto
se ha quedado dormido o está traspuesto.
Esas veces no suena la sirena.

Otras veces el nota llega tarde,
o está de asuntos propios, con permiso,
y entonces se le cuela un insumiso

gritando que la cosa está que arde.
O aparece un piquete de inocentes
–sin tener quien les mande y quien les guíe–

exigiendo diez horas semanales.
Otras veces no hay cubos suficientes
y el reparto se aplaza sine die.

Y, como de estructura están fatales,
no tienen almacén y, en conclusión,
ni hay mierda, ni pared, ni habitación».



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