Hoy
ofrezco, en primicia, la aparición de mi Antología
del Chisneto en la que, en unos cinco mil quinientos versos, doy vida a doscientas
cuarenta y dos historias, recogidas a lo largo de estos últimos veinte años de trabajo
arduo y placentero.
En
ella he querido recuperar el entrañable Prólogo
que Chumy Chúmez dedicó a mi tercer libro. Ahora, y para honrar su memoria,
publico aquí un chisneto basado en la historia que él contara, durante una
conferencia que impartió en la
Universidad de Málaga. Descansa en paz, querido Chumy.
A un patán que ganara el corazón
de una joven de
clase preferente,
se le obligó a
tomar, urgentemente,
clases de
urbanidad y educación.
La familia
encargó su formación
a un viejo
preceptor que, sabiamente,
pulió al tosco
patán, tan finamente,
que consiguió
rayar la perfección.
Le enseñó
palabritas en inglés
y también –cómo
no– buenos modales
que el mozo
asimiló con gran esfuerzo.
Celebraron, así,
poco después,
la ceremonia y
ágape nupciales
y el hombre
sorprendió en el rico almuerzo.
[II]
Y es que, mientras comía, se expresaba:
«Pásame la
salsita, pichoncito,
ponme un poco de
vino, cariñito.
Hay que ver, tu
mamá, qué bella estaba».
La novia,
boquiabierta, le escuchaba
mirando
tiernamente a su amorcito,
pensando que,
cambiado su hombrecito,
la dicha más
perfecta le aguardaba.
Se fueron tras el
pródigo banquete
al tálamo
nupcial, donde el zoquete
fue, de nuevo, un
patán: «Cariño mío
–la eposa le
explicó–, en el amor
también has de
ser fino». Y dijo el tío:
«Pásame el coño, darling, por favor».