Durante estos últimos años, algunos medios de comunicación, “modernos
Saturnos”, han venido alimentándose del juego que daban dos Ritas. Pero este
chollo se ha acabado: una de ellas ha fallecido (Q.E.P.D.), la otra ha
resucitado hoy, y digo resucitado porque
no hay más que ver la cara de geisha decimonónica que tenía al principio de la historia, y la que luce ahora, por cuanto los jueces han entendido que enseñar (no lucir) en
un lugar de culto, su torso semidesnudo, no es profanación ni es delito, solo
irreverencia, y, consecuentemente, se la ha tratado como a otros compis de
carrera: el del cenicero y el seiscientos, la quitabelenes, los quitacruces...,
en fin, ha sido tratada con el mismo “candor” que se les habrá de aplicar de
cara al futuro a cualquier despropósito (similar o relacionado) que surja de la
mente insomne de cualquier “despropositante” de esos que dicen poder, pero que en realidad no pueden.
Junto con el tropecientos por ciento de españoles y españolas
(ahí, sin mariconadas), me hago esta pregunta: En el contexto ancestral de
otras creencias religiosas, místicas o filosóficas ¿habrían tenido arrestos estos individuos
para actuar de la misma manera?
En fin, como existen precedentes de todo (ya lo dijo Salomón,
Ecle 1.9, aunque no en latín: “Nil novi sub sole”), hoy, y para celebrar esa más
que discutible absolución, he querido publicar en el blog una historia que, bien
pudiera rayar lo irreverente, aunque nada más lejos de la realidad.
En la Semana Santa ,
en su sermón,
un sacerdote explica aquel pasaje
en que Jesús vivió tamaño ultraje
que le llevó a sufrir crucifixión:
«Los soldados romanos le escupieron,
se rieron de él, le maltrataron.
Con correas, las manos le ligaron,
y luego con sus látigos le hirieron».
Al fondo de la iglesia hay un mamado
que larga con su voz aguardentosa:
«Lo mismo le pasó el año pasado».
Pero el cura, en respuesta juiciosa,
no tiene en cuenta aquello que ha escuchado
y sigue con su prédica piadosa.
II
«Después de
desnudarle, y ya cargado
con una dura cruz, le hicieron ir
al Calvario, dejándole morir.
«Lo mismo le pasó el año pasado»,
se le ocurrió al borracho repetir.
Ante tanto descaro irreverente
con una iglesia llena, y tanta gente,
el cura no podía consentir
la falta de respeto y cortesía.
Así que fue y llamó a la Policía ,
que se encargó del nota y lo arrestó.
En el momento en que era interrogado
el borracho de nuevo respondió:
«Lo mismo me pasó el año pasado».
No hay comentarios:
Publicar un comentario