(A mi cuñado, Félix García Rueda, que contó el chiste)
Esta mañana he remitido este chisneto a
algunos mis incondicionales. Luego, mi hijo Enrique me ha hecho ver que el
orden en la recepción de los cuatro sonetos era incorrecto (¡menos mal que
estaban numerados!).
Así que, antes de que cunda el pánico, he decidido
publicarlo en el blog (esta vez, sin el molesto desorden), con la dedicatoria
que se indica bajo el título, y también, con mi cariño de padre, a Ricardo, mi
hijo mayor, que sufre las secuelas de un fastidioso accidente.
Una pareja de recién casados,
de viaje de novios fue al Caribe,
según era la moda , y se prescribe
para aquellos que están enamorados.
No se perdieron barrio, ni rincón,
bohío, conventillo, restaurante...
Comieron barracuda, bogavante,
y bebieron mojito, a mogollón.
Pasando por un barrio un tanto ignoto,
leyeron un letrero que decía:
“Pasen y admirarán al Gran Mandinga”.
Debajo del letrero, en una foto,
aparecía el sujeto, y se añadía:
“El que casca las nueces con la minga”.
[II]
A fin de comprobar si el tal sujeto
hacía lo que el rótulo anunciaba
entraron. ¡Y en verdad que las cascaba
empleando la minga como objeto!
Fue lo más sorprendente del viaje.
Contaron la aventura a sus amigos,
dando fe, como auténticos testigos,
de que no se trataba de un trucaje.
Pasó el tiempo, y muchas, muchas veces,
hablaron de los plácidos momentos,
que en el bello Caribe disfrutaron
(el de Mandinga, cascador de nueces,
lo divulgaron a los cuatro vientos).
Y las bodas de plata les llegaron.
[III]
Y para celebrarlo decidieron
repetir el viaje que ya hicieran
veinticinco años antes, y que eran
los más enamorados que vivieron.
Volvieron a sentirse como antaño;
disfrutaron de todo como antes:
buen hotel, los mejores restaurantes...,
por ello no resulta nada extraño
que volvieran a ver, si el tal Mandinga
seguía interpretando su “papel”.
Y quedaron bastante sorprendidos:
“El que rompe los cocos con la minga”.
Se podía leer en el cartel.
Los esposos entraron confundidos.
[IV]
Arriba, y en mitad del escenario
del viejo y conocido localillo,
se encontraba un Mandinga, mayorcillo,
con aspecto, más bien, octogenario.
Y a diferencia de las otras veces,
utilizando siempre el mismo “objeto”,
de forma natural, y sin aprieto,
¡cascaba cocos en lugar de nueces!
Una vez terminada la función,
la pareja acudió al profesional
y el marido mostró su admiración:
«Antes rompía una nuez; ¡ahora es un coco!».
Y Mandiga, repuso muy formal:
«Antes veía más; ahora veo poco».