viernes, 24 de febrero de 2017

EL FAMOSO MANDINGA


(A mi cuñado, Félix García Rueda, que contó el chiste)

  Esta mañana he remitido este chisneto a algunos mis incondicionales. Luego, mi hijo Enrique me ha hecho ver que el orden en la recepción de los cuatro sonetos era incorrecto (¡menos mal que estaban numerados!).

    Así que, antes de que cunda el pánico, he decidido publicarlo en el blog (esta vez, sin el molesto desorden), con la dedicatoria que se indica bajo el título, y también, con mi cariño de padre, a Ricardo, mi hijo mayor, que sufre las secuelas de un fastidioso accidente.

Una pareja de recién casados,
de viaje de novios fue al Caribe,
según era la moda , y se prescribe
para aquellos que están enamorados.

No se perdieron barrio, ni rincón,
bohío, conventillo, restaurante...
Comieron barracuda, bogavante,
y bebieron mojito, a mogollón.

Pasando por un barrio un tanto ignoto,
leyeron un letrero que decía:
“Pasen y admirarán al Gran Mandinga”.

Debajo del letrero, en una foto,
aparecía el sujeto, y se añadía:
“El que casca las nueces con la minga”.

                 [II]

A fin de comprobar si el tal sujeto
hacía lo que el rótulo anunciaba
entraron. ¡Y en verdad que las cascaba
empleando la minga como objeto!

Fue lo más sorprendente del viaje.
Contaron la aventura a sus amigos,
dando fe, como auténticos testigos,
de que no se trataba de un trucaje.

Pasó el tiempo, y muchas, muchas veces,
hablaron de los plácidos momentos,
que en el bello Caribe disfrutaron

(el de Mandinga, cascador de nueces,
lo divulgaron a los cuatro vientos).
Y las bodas de plata les llegaron.

                 [III]

Y para celebrarlo decidieron
repetir el viaje que ya hicieran
veinticinco años antes, y que eran
los más enamorados que vivieron.

Volvieron a sentirse como antaño;
disfrutaron de todo como antes:
buen hotel, los mejores restaurantes...,
por ello no resulta nada extraño

que volvieran a ver, si el tal Mandinga
seguía interpretando su “papel”.
Y quedaron bastante sorprendidos:

“El que rompe los cocos con la minga”.
Se podía leer en el cartel.
Los esposos entraron confundidos.

                 [IV]

Arriba, y en mitad del escenario
del viejo y conocido localillo,
se encontraba un Mandinga, mayorcillo,
con aspecto, más bien, octogenario.

Y a diferencia de las otras veces,
utilizando siempre el mismo “objeto”,
de forma natural, y sin aprieto,
¡cascaba cocos en lugar de nueces!

Una vez terminada la función,
la pareja acudió al profesional
y el marido mostró su admiración:

«Antes rompía una nuez; ¡ahora es un coco!».
Y Mandiga, repuso muy formal:
«Antes veía más; ahora veo poco».





domingo, 19 de febrero de 2017

HISTORIA DEL RETRETE (I)


            Esta primera entrega dedicada a la Historia del retrete, en la que me remonto a la Antigua Roma, tiene más de verdad que de invención, por lo que, solo puedo atribuirme el mérito de haberla dado a conocer en verso.

            Antes de hacerla pública, la he presentado a la consideración de un personal entendido, cuya imparcialidad crítica ha sido indiscutible. Animado por sus muestras de ánimo, he decidido ofrecerla, no sin antes repetir que los personajes y situaciones de los que hablo son reales.


   (Antigua Roma)

HOY tenemos un prurito
con la cuestión de ir al baño
que no se tenía antaño.
Hoy el retrete es un rito.                                 4

Lo usamos sin adyacencia,
sin público, en reservado,
y lo hacemos en privado,
sin ninguna otra presencia.                            8

Disponemos de silencio,
querencia, tranquilidad,
y tanta salubridad
como defendió Terencio,                              12

escritor que sugirió
que, de marisma o pantano
no bebiera el ciudadano,
pues bichos raros halló.                                16

Él presentó la propuesta
de que, en todas las letrinas,
se colocaran cortinas
para prevenir la “ingesta”                              20

de volátiles hedores.
Y es que, en la Roma imperial,
era común y normal
que matronas, senadores,                            24

jovencitos y vejetes,
cuando el cuerpo lo exigía,
hicieran en compañía
el uso de los retretes.                                    28

Sabemos, de buena tinta
que, compartir el roscón,
no causaba turbación
ni al rico, ni al cagatinta.                                32

Los roscones se horadaban
en unos bancos dispuestos
en extremos yuxtapuestos,
o en filas que se cruzaban.                            36

Y, como no había puertas,
lo de encerrarse, ni hablar:
aquello de defecar
eran “jornadas abiertas”.                                40

¡Qué curiosos los latinos!
¡Evacuaban en tertulia!
Familias como la Julia,
los Flavios, los Antoninos...,                          44

lo pasaban ricamente
“haciéndolo” en compañía.
Por todas partes había
letrinas, y tanta gente,                                    48

que, desde Roma hasta Siria
(según miramos al Este,
y por Hispania al Oeste),
y en la montañosa Iliria,                                 52

todas las vías romanas
contaban con excusados
para que los “apurados”
(cuando les entraran ganas)                         56

cagaran, sin miedo escénico.
En las más selectas “lonjas”
se compartían esponjas
(no había papel higiénico).                            60

Había una canaleta
por la que el agua corría
y evacuaba en una vía:    
Vía de la Cagaleta.                                         64

No es broma. La Vía Apia,
la Vía más legendaria,
fue llamada Mingitaria
por la gente de prosapia.                              68

Cada tres fictus (mojones),
algo más de seis kilómetros,
(es decir, sesenta hectómetros)
se advertía con letrones                                72

la presencia de portales,
cabañas o cobertizos,
barracuelas y chamizos
para usos “defecales”.                                   76

Quien decidía evacuar
en un retrete viario,
siempre hallaba voluntario
con el que poder hablar.                               80

Y no importaba de qué:
de gladiadores, del tiempo,
o de cualquier contratiempo,
a buen seguro no sé.                                     84

Aunque sí sé que, al final,
terminada la “faena”
(al no existir la “cadena”
como en época actual),                                 88

la deyección se marchaba
por un común canalón
que, bajo el “banco–roscón”,
lleno de agua cursaba.                                  92

Después de la evacuación,
tocaba limpiarse el ano
con algo que estaba a mano:
la esponja del canalón.                                 96

Y esa esponja, denigrada,
objeto de nuestras risas,
utilizada sin prisas,
de un culo a otro pasaba.                            100

Y, así, sucesivamente,
con notable parsimonia,
cumplía “la ceremonia”
el vecino o adyacente.                                 104

Por un edicto imperial,
quien sufriera de almorranas
usaría palanganas:
¡La sepsis era mortal!                                   108

En la Antigua Roma, vemos
que no existió “el reservado”,
en el sentido privado
con el que hoy lo entendemos.                    112

Y llego al final, lectores,
aunque no al fin de la historia,
pues, conservo en la memoria
referencias posteriores.                               116

Y, si no me criticáis
por esta primera parte,
con lo mejor de mi arte
procuraré que sepáis                                    120

cómo trató la Edad Media
la cuestión de los detritos.  
(como haya quejas, o gritos
venderé la enciclopedia)                              124




jueves, 2 de febrero de 2017

DE CRISTO QUE BAJÓ DE INCÓGNITO


            Hace poco, mi cuñado, Félix García, nos contó el chiste original que da lugar a esta historia en verso.
            No es la primera vez que adapto y publico uno de esos chistes con los que suele animar las reuniones familiares (véase como ejemplo, Los niños de una escuela marbellí, 12/02/2013); pero hoy, día de su cumpleaños, quiero dedicarle este chisneto, en cuya elaboración “he sufrido” algo más lo que en mí es habitual.

            P.D.: Aprovecho la ocasión (aunque me adelanto en un día, al cumpleaños de Mari Carmen, su mujer) para dedicárselo también a ella, y desearles a ambos ¡Buenos aniversarios!

Sentados a la barra de un mesón,
estaban tres amigos que bebían
unos vinos, y al tiempo departían
acerca de la mala situación.

Al momento, hay uno que repara
–puede que de los tres, fuera el más listo–
en que cerca, sentado, se halla Cristo.
Al menos eso piensa, pues la cara,

la ropa... (que en distintas ocasiones,
ha visto reflejadas en pinturas,
y esculturas de muchas procesiones)

no pueden dar lugar a conjeturas.
Y dice lo que piensa a sus colegas,
que empiezan a poner lógicas pegas.

                          [II]
Eso es una tremenda estupidez.
¿Qué pintaría Cristo en un mesón?
–No lo sé, ni le encuentro explicación;
pero voy a saberlo de una vez.

El nota se aproxima al personaje,
hace un pequeño gesto, y le saluda:
«Perdona que pregunte, es una duda:
¿tú eres Cristo? Tu cara, tu ropaje...»

Antes de que termine el relator,
el preguntado asiente: «Así es;
pero quiero pedirte un gran favor:

no lo comentes mucho por ahí;
que esto se quede entre vosotros tres.
He bajado de incógnito hasta aquí».

                          [III]
«Pues ya que estás aquí, te pediría
que me hicieras un simple milagrito:
tengo justo en la mano este bultito,
que si lo tocas tú se secaría».

Y Cristo se lo cura complaciente.
El hombre lo comenta a sus amigos,
que han tenido el honor de ser testigos
de la asombrosa cura del paciente.

Un segundo colega dice a Cristo:
«Yo tengo el codo un tanto deformado...»
Dicho y hecho: el codo fue sanado.

El tercero se acerca a Jesucristo
y dice categórico en voz baja:
«Ni me toques a mí, que estoy de baja».