jueves, 2 de febrero de 2017

DE CRISTO QUE BAJÓ DE INCÓGNITO


            Hace poco, mi cuñado, Félix García, nos contó el chiste original que da lugar a esta historia en verso.
            No es la primera vez que adapto y publico uno de esos chistes con los que suele animar las reuniones familiares (véase como ejemplo, Los niños de una escuela marbellí, 12/02/2013); pero hoy, día de su cumpleaños, quiero dedicarle este chisneto, en cuya elaboración “he sufrido” algo más lo que en mí es habitual.

            P.D.: Aprovecho la ocasión (aunque me adelanto en un día, al cumpleaños de Mari Carmen, su mujer) para dedicárselo también a ella, y desearles a ambos ¡Buenos aniversarios!

Sentados a la barra de un mesón,
estaban tres amigos que bebían
unos vinos, y al tiempo departían
acerca de la mala situación.

Al momento, hay uno que repara
–puede que de los tres, fuera el más listo–
en que cerca, sentado, se halla Cristo.
Al menos eso piensa, pues la cara,

la ropa... (que en distintas ocasiones,
ha visto reflejadas en pinturas,
y esculturas de muchas procesiones)

no pueden dar lugar a conjeturas.
Y dice lo que piensa a sus colegas,
que empiezan a poner lógicas pegas.

                          [II]
Eso es una tremenda estupidez.
¿Qué pintaría Cristo en un mesón?
–No lo sé, ni le encuentro explicación;
pero voy a saberlo de una vez.

El nota se aproxima al personaje,
hace un pequeño gesto, y le saluda:
«Perdona que pregunte, es una duda:
¿tú eres Cristo? Tu cara, tu ropaje...»

Antes de que termine el relator,
el preguntado asiente: «Así es;
pero quiero pedirte un gran favor:

no lo comentes mucho por ahí;
que esto se quede entre vosotros tres.
He bajado de incógnito hasta aquí».

                          [III]
«Pues ya que estás aquí, te pediría
que me hicieras un simple milagrito:
tengo justo en la mano este bultito,
que si lo tocas tú se secaría».

Y Cristo se lo cura complaciente.
El hombre lo comenta a sus amigos,
que han tenido el honor de ser testigos
de la asombrosa cura del paciente.

Un segundo colega dice a Cristo:
«Yo tengo el codo un tanto deformado...»
Dicho y hecho: el codo fue sanado.

El tercero se acerca a Jesucristo
y dice categórico en voz baja:
«Ni me toques a mí, que estoy de baja».



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