martes, 5 de septiembre de 2017

UN MÉDICO ANDALUZ EN NUEVA YORK



(A ALICIA GARCÍA RUEDA, queridísima cuñada,  y a MELI NADALES RUIZ, entrañable alumna, amiga y asesora judicial. Aunque, por separado, ambas cumplen años hoy. ¡FELICIDADES!)

Hace unos días, me llegó una historia que ya me era conocida, pero que no recordaba muy bien. Su relectura volvió a hacerme gracia, y decidí que sería apropiada para recogerla en un chisneto.
Tras una reelaboración, en la que me he visto obligado a subsanar una evidente incoherencia monetaria (los euros del texto original por los contractuales dólares), la publico hoy, con mi agradecimiento a CERES, la persona remitente.

N.B. 1: He adaptado algunos valores y rasgos del papel moneda, a la conveniencia métrica, o de rima y medida (el billete de diez por el de cinco, y la metonimia del último soneto, “cara”, por el valor representado). Por otra parte, es evidente que “York” y “sanador” no riman en consonante; pero, ¿quién en nuestra tierra pronuncia esa K final? Por último la expresión “sí o sí”, da una pista de cómo terminará esa historia… (como tantas otras).

N.B. 2:
Me atribuyo la conclusión de la enseñanza de la moraleja.

UN MÉDICO ANDALUZ EN NUEVA YORK
Un médico andaluz, no autorizado
a ejercer como tal, en Nueva York,
se anunció como experto sanador
en un centro de ocio homologado:

“Le curamos cualquier enfermedad
por solo veinte dólares; si no,
le reintegramos cien”. Y sucedió
que un abogado, al ver la novedad,

decidió aprovecharse del anuncio
y, argumentando ageusia —en castellano
es deterioro o pérdida del gusto—,

acudió con el pálpito o prenuncio,
—normal de un abogado americano—,
de ganar, sí o sí, algo muy justo.

                        [II]
En cuanto se enteró de aquella mengua
el médico le dijo a su enfermera:
«Tráigase el frasco diez de la nevera,
y póngale tres gotas en la lengua».

Dicho y hecho. Y el pícaro abogado
protestó: «Pero si esto es gasolina...»,
a lo que el licenciado en medicina
dijo: «Me debe veinte: está curado».

Aunque salió escaldado y muy corrido,
el letrado nativo no asumió
el ingenio del médico emigrante.

Y tras una semana, decidido,
volvió por la consulta, y alegó
pérdida de memoria, el muy tunante.

                        [III]
Y otra vez el doctor en medicina,
pidió el frasquito diez a su asistente,
por lo que el abogado, renuente,
protestó: «¡Ese tiene gasolina!».

«Veinte dólares —dijo el andaluz—;
pues, como puede ver, ya está curado:
la memoria ya la ha recuperado».
Aquello para el guiri fue una cruz.

No obstante, y obstinado como era,
predispuesto a ganar a todo trance,
volvió a probar fortuna algo después.

Esta vez, so pretexto de ceguera:
«Doctor, acabo de sufrir un gran percance:
no veo ni al derecho ni al revés».

                         [IV]
«Aquí tiene cien dólares, señor
—dijo el doctor—. En toda mi experiencia
nunca traté ceguera o invidencia;
ha sido usted un justo ganador».

Y le largó un billete en ese instante
(de cinco, no de cien, como dijera).
Y ante el “error” que el hombre cometiera,
el “paciente” le dijo: «So mangante.

No es de cien el billete, que es de cinco.
Se equivocó de cara», dijo el nota.
Y, en lugar de rimarle: “...Te la hinco”,

 el doctor respondió. «Pues, tomo nota:
le curé la ceguera; deme veinte».
Y el otro le pagó, y no volvió. ¡Naturalmente!

Moraleja:
“Más difícil que engañar a un andaluz,
es, que bajen el recibo de la luz”.


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