(A ALICIA GARCÍA RUEDA, queridísima cuñada, y a MELI NADALES RUIZ, entrañable alumna,
amiga y asesora judicial. Aunque, por separado, ambas cumplen años hoy.
¡FELICIDADES!)
Hace unos días, me
llegó una historia que ya me era conocida, pero que no recordaba muy bien. Su
relectura volvió a hacerme gracia, y decidí que sería apropiada para recogerla
en un chisneto.
Tras una
reelaboración, en la que me he visto obligado a subsanar una evidente
incoherencia monetaria (los euros del texto original por los contractuales dólares),
la publico hoy, con mi agradecimiento a CERES, la persona remitente.
N.B. 1: He adaptado algunos valores y rasgos del
papel moneda, a la conveniencia métrica, o de rima y medida (el billete de diez
por el de cinco, y la metonimia del último soneto, “cara”, por el valor
representado). Por otra parte, es evidente que “York” y “sanador” no
riman en consonante; pero, ¿quién en nuestra tierra pronuncia esa K final? Por último la expresión “sí o
sí”, da una pista de cómo terminará esa historia… (como tantas otras).
N.B. 2:
Me atribuyo la conclusión
de la enseñanza de la moraleja.
UN MÉDICO ANDALUZ EN NUEVA YORK
Un médico andaluz, no
autorizado
a ejercer como tal, en
Nueva York,
se anunció como experto
sanador
en un centro de ocio homologado:
“Le curamos cualquier
enfermedad
por solo veinte
dólares; si no,
le reintegramos cien”. Y sucedió
que un abogado, al ver
la novedad,
decidió aprovecharse
del anuncio
y, argumentando ageusia
—en castellano
es deterioro o pérdida
del gusto—,
acudió con el pálpito
o prenuncio,
—normal de un abogado
americano—,
de ganar, sí o sí, algo
muy justo.
[II]
En cuanto se enteró de
aquella mengua
el médico le dijo a su
enfermera:
«Tráigase el frasco diez
de la nevera,
y póngale tres gotas
en la lengua».
Dicho y hecho. Y el
pícaro abogado
protestó: «Pero si esto
es gasolina...»,
a lo que el licenciado
en medicina
dijo: «Me debe veinte:
está curado».
Aunque salió escaldado
y muy corrido,
el letrado nativo no asumió
el ingenio del médico emigrante.
Y tras una semana,
decidido,
volvió por la
consulta, y alegó
pérdida de memoria, el
muy tunante.
[III]
Y otra vez el doctor en
medicina,
pidió el frasquito
diez a su asistente,
por lo que el abogado,
renuente,
protestó: «¡Ese tiene
gasolina!».
«Veinte dólares —dijo
el andaluz—;
pues, como puede ver, ya
está curado:
la memoria ya la ha
recuperado».
Aquello para el guiri
fue una cruz.
No obstante, y
obstinado como era,
predispuesto a ganar a
todo trance,
volvió a probar
fortuna algo después.
Esta vez, so pretexto
de ceguera:
«Doctor, acabo de
sufrir un gran percance:
no veo ni al derecho
ni al revés».
[IV]
«Aquí tiene cien
dólares, señor
—dijo el doctor—. En
toda mi experiencia
nunca traté ceguera o
invidencia;
ha sido usted un justo
ganador».
Y le largó un billete en
ese instante
(de cinco, no de cien,
como dijera).
Y ante el “error” que
el hombre cometiera,
el “paciente” le dijo:
«So mangante.
No es de cien el billete,
que es de cinco.
Se equivocó de cara»,
dijo el nota.
Y, en lugar de rimarle:
“...Te la hinco”,
el doctor respondió. «Pues, tomo nota:
le curé la ceguera; deme
veinte».
Y el otro le pagó, y
no volvió. ¡Naturalmente!
Moraleja:
“Más difícil que engañar a un andaluz,
es, que bajen el recibo de la luz”.
Como todos como todo lo que escribes. Genial!
ResponderEliminarEste es muy bueno, y la moraleja!
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