Esta primera historieta es aplicable a cualquier país y
circunstancia, siempre que el invitado coprotagonista sea un sacerdote, un
cura, un obispo, o incluso el mismísimo Papa de Roma. Eso sí: debe ser fiel a
la verdad, aunque, como hace el clérigo de nuestra historia, haya de recurrir a
una ingeniosa paráfrasis.
El relato en prosa, me lo envío, hace tiempo, mi prima Sofía, la de
Venezuela (afortunadamente, ya entre nosotros), y se lo devuelvo, y dedico,
transformado con ropaje de chisneto.
COMPAÑEROS DE VUELO EN AVIÓN
del trayecto Miami-Venezuela,
a un
cura, le sorprende una mozuela
que
pregunta con mucha educación:
«¿Podría
usted hacerme un gran favor?»
«Si
está en mi mano, sí», responde el cura.
La
joven manifiesta, algo insegura:
«Se
trata de pasar un secador
que he
comprado en Miami. Es algo caro.
Un reciente
modelo, multiuso:
seca, y
da cuerpo al pelo en un instante.
Podría
resultarle un poco raro;
incluso
yo diría, que un abuso,
que le
pida una cosa, tan chocante.
[II]
»Como he sobrepasado ya la cuota
de
objetos permitidos en la aduana.
pienso
que, si lo oculta en su sotana,
el
agente de turno ni lo nota».
El cura
le responde: «Sí, lo haré;
pero
una condición se ha de cumplir:
te
aseguro que no podré mentir.
Si me
preguntan, pues, no mentiré».
«Con la cara de bueno que usted tiene
—le
dice la muchacha, convencida—,
seguro
que ninguno se entretiene
en
buscar cualquier cosa que, escondida,
pudiera
usted llevar bajo su ropa.
[III]
Llegados a Caracas, en la aduana,
la
ingenua predicción se desvanece:
al
hombre que controla, le parece
un
tanto sospechoso aquel “sotana”.
Por
ello, con talante inquisidor,
y
tuteando al cura, cual compadre:
«¿Llevas
algo escondido?», dice al padre.
El
clérigo responde sin rubor:
«De la
frente, hijo mío, a la cintura,
nada
que declarar, te lo prometo».
Tras
esto, le pregunta el funcionario:
«Y, de ahí para abajo, señor cura,
¿seguro
que no oculta algún objeto
que
pueda ser motivo tributario?».
[IV]
Evitando faltar a la verdad,
el
cura, derrochando sutileza,
responde
en un alarde de franqueza:
«Pues
sí que llevo algo. En realidad,
tengo
un paquete duro, preparado
para
uso y disfrute femenino,
y,
aunque aún no ha podido ser usado,
lo
será, cuando llegue a su destino».
Ante
aquella respuesta inesperada,
al
funcionario, un tanto sorprendido,
se le
escapó una enorme risotada.
Y, tras
la carcajada resonante,
roto ya
el protocolo establecido,
el
agente invitó: «Padre, ¡adelante!».
La segunda de las historias me fue
remitida hace unos meses, por Dolors. Es un chiste rápido, que propicia, por
una parte, su elaboración en sonetillo (chisnetillo), y, por otra, una
recreación surrealista en la que la antítesis mojar/secar (que se adivina en el
original), justifica, con el juego de palabras, una chusca imagen final.
Los dos chisnetos, pues, los dedico
a ambas comunicantes, y, en el caso de Dolors, estimada amiga (casi imbatible
contrincante de Apalabrados, por cuanto, a
veces, con muy malas letras, obtiene sorprendentes resultados), me aprovecho de la
oportunidad que me brinda la fecha de hoy: la coincidencia del día de su cumpleaños
con aquel cuatro de septiembre en el que mi padre decidió regalarme mi primera
bicicleta, aquella “Borty”, que tanto envidiaron y utilizaron mis antiguos
compañeros de colegio...
ENTRÓ UN ESQUELETO A UN BAR,
y le abordó el camarero:
«Buenos días, caballero,
¿qué le apetece tomar?».
Respondió “el caparazón”:
«Un café doble caliente».
Y, al oír a su cliente,
el mozo añadió, guasón:
«Con el debido respeto
que me inspira su persona:
¿con algo para mojar?».
«¿”Mojar”? -dijo el esqueleto-.
Trae una buena fregona,
porque tendrás que “secar”».