viernes, 16 de agosto de 2019

UNO QUE LLEVÓ UN PERRO A BAUTIZAR


  Ayer cumplió años mi hija Irene, que cierra una década de fecundos
 nacimientos familiares, y abre otra (la mitad de fecunda): la de los ochenta.
 Concedo que, según se mire (siempre desde el punto de vista cronológico),
 los límites segmentarios de las décadas son más que discutibles, porque,
en el cómputo de los decenios, contemporizan -a partes iguales-
 dogmáticos y dogmatizados (como en casi todo), y lo entiendo.



  Hoy cumple años mi hermana Sofía, tan entrañable para quienes
 nos criamos y fuimos educados en la misma casa familiar,
 y a quien tenemos por una criatura dulce, entregada
 y abnegada para con todos. En este caso, su “cumple” coincide
 con una cifra redonda, múltiplo de dos, de tres y de diez  
(para quienes sois de “letras” os diré que nació en el cincuenta y nueve;
 ¿ya lo tenéis?). 
  Bueno, pues a ellas, tía y sobrina, va dedicado este chisneto, que reelaboro
 después de un par de meses de relax, adecuación a la vida, y recuerdos
 varios, en el preciso momento, en el que nuestro ancestral terral hace que
 piense en tierras más frescas y distantes. 



Un rico feligrés fue a preguntar

al párroco del pueblo en que vivía

si, al perro que le hacía compañía,

podría bautizarlo o cristianar.



El curabien se puede suponer

le explicó que el bautismo era sagrado:

«Nos quita todo tipo de pecado,

por leve o por mortal que pueda ser.



De hecho, el sacramento se recibe

y libra del pecado original.

Mas, tal y como el canon lo prescribe,



solo se le dispensa al ser humano.

No existe precedente en animal.

Eso que pide usted, no está en mi mano».



                            [II]

El hombre le propuso sutilmente:

«Si hiciera una excepción, le ofrecería

ciento veinte mil euros. ¿No podría

bautizarlo y sentar el precedente?».



Y el cura, ante la oferta, claudicó.

La noticia llegó hasta el Obispado.

y el Obispo, con cierto desagrado,

al párroco del pueblo requirió:



«Un perro, ¿y no pudo rechazarlo?».

«Perdóneme, Eminencia», dijo el cura,

poniendo como excusa aquel pastón



que le dio el feligrés por bautizarlo.

Y preguntó  el Obispo: «Y, por ventura,

¿no habló de la Primera Comunión?».


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