Esto de escribir cuando uno quiere, sin tener que pedir disculpas por el retraso, olvido, u otra razón personal que me acontezca, me produce una especial tranquilidad. En alguna parte he dicho cuál habría de ser la frecuencia "ideal" de mis historias: un lapso tan flexible que no me obligara a cumplir con un calendario previo establecido, y es que, desde que pagan por escribir:
"No hay un oficio peor
que el de aquel que está obligado
a escribir (lo quiera o no)".
Dicho esto, ahí va el chisneto de esta semana que termina, y que quiero dedicar a mi alumna Amalia.
ALMANZOR CUANDO ESTUVO
EN NUESTRA TIERRA
[I]
Cuando Almanzor estuvo en nuestra tierra,
pidió a
sus consejeros que buscaran
diez
vírgenes judías que ocuparan
el harén
de su alcázar de la sierra.
El
encargo les dio no poca lata:
por más
que demandaron y buscaron,
sólo nueve
judías encontraron
(si se
entera Almanzor, igual los mata).
Tenían
que encontrar a una suplente,
y uno de
aquellos sabios sugirió
pedir a
un mariquita del terreno
que
aceptara pasarse por la ausente.
Finalmente,
hubo uno que accedió,
tras oír lo que dijo el sarraceno:
[II]
«Llevarás una rubia cabellera,
vestirás
una túnica dorada,
serás,
con mil fragancias, perfumada,
y
tendrás, cómo no, buena pechera.»
Quedóse el mariquita cautivado,
y el día
de la prueba, ante la cata,
se
relamió de gusto como gata.
«¿Se
mostrará Almanzor apasionado?»
El moro,
que era un hombre muy castizo,
decidió
examinar la mercancía
y ver su
contenido cogedizo.
Por eso
le chocó aquella judía:
¿aquel
vivo pellejo era un postizo?
Y, al
fin, pregunta el fiero ismaelita:
“¿También
eres judía, jovencita?”
Y dice
el maricón: “Sí, tío macizo,
soy
judía del Barco [1],
¡y con chorizo!”