DOMINGO
DE RAMOS
Jerusalén exulta de alegría:
‘¡Hosanna al enviado
del Señor!’
Y, entre ramas de
olivo, su clamor
se eleva hasta los
cielos ese día.
Jerusalén ignora tu
agonía,
que el reino que
proclamas es de amor,
que no eres el
mesias vengador
que a las huestes
romanas desafía...
Y, mientras
caballero en un pollino
contemplas a la
turba enardecida,
la angustia llena tu
alma desolada.
Eres el cristo
humano, no el divino:
y una lágrima, al
pronto aparecida,
compasiva te nubla
la mirada.
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