domingo, 31 de julio de 2016

JOSÉ IGNACIO SE QUITA DEL TABACO




         Hoy es el “segundo santo” de alguien muy querido para mí (él, sin duda, lo sabe), por eso quiero traer a este espacio un chisneto que compuse a raíz de una charla cuyo contenido hago público, ahora, por primera vez.
         El chiste es fruto de una ocurrencia “Velazquiana”, a partir de la cual he recreado esta historia verídica, acaecida en el despacho 426 de la torre 4 de la Facultad de Letras de la UMA (mi antiguo despacho).
         Va por ti, Nacho.


JOSE IGNACIO SE QUITA DEL TABACO
La historia sucedió años atrás.
José Ignacio seguía aún activo:
cátedro en nuestro elenco educativo,
y vice de la UMA, y mandamás.

Pasaba por momentos que inquietaban,
pues, habiendo dejado de fumar,
el “mono” le apremiaba sin cesar
y ni parches, ni chicles resultaban.

Quintín, que se encontraba en mi despacho,
le brindó una asombrosa solución:
«Prueba con berenjena o con achira,

contienen nicotina», dijo a Nacho.
Y repuso Velàzquez, socarrón:
«He probado también; pero “no tira”».



sábado, 9 de julio de 2016

A LA MEMORIA DE MI MADRE



 

Se cumplen hoy veinticinco años de la muerte de mi madre, y este poeta (no solo del humor) quiere honrar su memoria con unos versos que escribí unos años después de su partida, a raíz de la pérdida de nuestro padre, Enrique Redoli Bueno.

Mis hermanas, nuestros hijos y nietos han rezado por esta esforzada mujer que, con una fe inquebrantable, salió y nos sacó adelante, anteponiendo el bienestar de los demás al suyo propio. Fundadora de la Hermandad de Nuestra Señora del Rocío en Málaga, sigue pidiendo en el Cielo por todos nosotros. Dios bendiga el recuerdo de Manolita Morales Parreño.




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No pienses, madre, que te eché en olvido
porque no derramara por tu ausencia
las lágrimas de duelo y condolencia
que por el padre ausente yo he vertido.

Ni olvido tu calvario, padecido
con tal resignación y tal paciencia,
que era fácil rendirse a la evidencia
y admitir que El Señor te había elegido.

Que, al ver cuánto sufrías, madre buena,
a Él le supliqué que te llevara
y, así, pusiera fin a tu condena,

yo, a cambio, ni siquiera lloraría,
por lágrimas y llantos que guardara
en el mar de mis ojos, madre mía.


Mi hija mayor, Isabel, me ha enviado el texto que transcribo a continuación, y del que ha hecho partícipe a sus hermanos y amigos. Me ha parecido oportuno incluirlo en esta página porque entiendo que refleja el sentir de cuantos queremos y añoramos a Manolita Morales, madre y yaya.

                               Sin saber porqué, he entrado esta mañana en la página de la Hermandad del Rocío de Málaga. Algo inexplicable ha hecho que entrara y me pusiera a indagar… Y resulta que, indagando, he encontrado esta foto de la abuela y me he emocionado muchísimo… Le he dedicado unas palabras en mi perfil de facebook:

“¡Mi querida abuela…! ¡Cómo te echo de menos, abuelita! Cada día pienso en ti, en tu sonrisa permanente a pesar de las circunstancias, en tu abrazo cálido cuando me subías en tu regazo y nos balanceábamos en tu butaca, en cómo te pintabas los labios de carmín, sin ni siquiera tener un espejo cerca… Te marchaste antes de tiempo y no supe afrontar tu pérdida prematura…, pero sé que nunca te fuiste del todo…

       A veces te siento cerca; reconozco tu perfume. Sé que me proteges como el Ángel de la guarda para que nada malo me ocurra… Desde el Cielo, con un clavel en tu cabello ensortijado, tu collar de perlas y tus labios de rojo carmín, nos observas y nos cuidas a ritmo de fandangos, unos de Valverde del Camino, la tierra que te vio nacer, con ese salero y esa gracia que te caracterizaban… Donde quiera que estés rezo por ti, y cada vez que bailo, levanto mis ojos al cielo y te dedico todo aquello que bailo con todo mi cariño, abuela… ¡Te quiero, Yaya…!”


Luego, la tía Luchi me ha recordado que hoy hace 25 años que la abuela se fue… Sabía que hoy, 9 de julio era un día importante, pero no recordaba exactamente qué día era, y porqué me sonaba como algo significativo. Ahora lo comprendo.




domingo, 3 de julio de 2016

UNA INSPECCIÓN RUTINARIA DE ESCUELA



      Mi colega, amigo y compañero, el profesor Calle Carabias, se nos jubila en la UMA. En su honor, y con no pocas dificultades, he compuesto este chisneto múltiple, basado en una historia chusca que el propio Don Quintín cuenta como nadie. El hecho de que  tan honorable humanista arranque carcajadas con su historia "en vivo",  ha supuesto para mí un verdadero reto a la hora de adaptarla al verso: muy posiblemente, el mayor que he encarado hasta ahora... Querido Quintín, espero no haberte defraudado.


UNA INSPECCIÓN RUTINARIA EN LA ESCUELA
En una antigua aldea salmantina,
cercana a su honorable capital,
había un ajetreo inusual
en la escuela unitaria masculina.

Su profesor, a quien cursara cita
un inspector del Cuerpo Educativo,
se hallaba preocupado y pensativo
por culpa de la incómoda visita.

Creía, y con razón, que su alumnado
–toda vez que era un tanto analfabeto–
le dejaría mal, y, ante el dilema,

cual hombre en mil recursos avezado,
se le ocurrió salir de aquel aprieto,
con una perspicaz estratagema.

                          [II]
Acordó con los chicos su postura:
soplarles” las respuestas adecuadas
a posibles cuestiones formuladas
según el silabario de lectura.

«Yo me pondré detrás del inspector
y os daré la respuesta con un gesto.
Y si lo hacemos bien, saldremos de esto
sin haber cometido un solo error».

Convinieron con él los colegiales,
y el buen educador, ya más calmado,
se aprestó a recibir al funcionario

quien, tras un simple “hola” a los chavales,
y una seca palmada al emplazado,
se puso a consultar el silabario.

                          [III]
«Vayamos, don Quintín, a nuestro asunto.
Observo buen talante y disciplina.
Que están bien educados se adivina;
veamos cómo leen en conjunto».

Dicho y hecho se fue hasta el encerado
para escribir con magistral grafía
la palabra “caballo”. «¡Qué alegría!
–reconoció el maestro– ¡Está chupado!

El vocablo es muy fácil de “soplar”».
Y se puso detrás del inspector
imitando el galope del equino.

Los niños se pusieron a pensar
e intuyeron la pista del tutor.
Y cantó el alumnado salmantino:

                          [IV]
«Ca—ba—llo». Superado el desafío:
«¿Ve usted –dijo el maestro, tras el “aria”–
cómo está preparada mi unitaria?
Escriba otra palabra, señor mío».

Y el timado inspector cogió la tiza
y de nuevo escribió –ahora, “jinete”–.
Y el maestro, asumiendo el nuevo brete,
se inclinó para hacer la agachadiza

y darse de nalgadas varias veces.
«Ji—ne—te», coreó “la escolanía”».
Con ello el optimismo del tutor

se dejaba notar, ahora con creces.
«¿Le quedan más palabras todavía?
–le preguntó el maestro al inspector–.

                          [V]
Si es así, no se prive. ¡Vamos, ande!».
Y el otro dijo: «Bien, me queda, una».
Y, por cambiar de trama caballuna,
“PÉNDULO” transcribió con letra grande.

Y diose el buen maestro del que os hablo
a remedar con lógico meneo
(esta vez con vaivén y balanceo)
el rasgo pendular de aquel vocablo.

Ver el brazo moverse de aquel modo,
alzándose y bajándose pausado,
tensándose y doblándose en el codo...

dio una pista engañosa al alumnado,
que, mirando al maestro de soslayo,
silabeó: “La po—lla del ca—ba—llo”.