domingo, 3 de julio de 2016

UNA INSPECCIÓN RUTINARIA DE ESCUELA



      Mi colega, amigo y compañero, el profesor Calle Carabias, se nos jubila en la UMA. En su honor, y con no pocas dificultades, he compuesto este chisneto múltiple, basado en una historia chusca que el propio Don Quintín cuenta como nadie. El hecho de que  tan honorable humanista arranque carcajadas con su historia "en vivo",  ha supuesto para mí un verdadero reto a la hora de adaptarla al verso: muy posiblemente, el mayor que he encarado hasta ahora... Querido Quintín, espero no haberte defraudado.


UNA INSPECCIÓN RUTINARIA EN LA ESCUELA
En una antigua aldea salmantina,
cercana a su honorable capital,
había un ajetreo inusual
en la escuela unitaria masculina.

Su profesor, a quien cursara cita
un inspector del Cuerpo Educativo,
se hallaba preocupado y pensativo
por culpa de la incómoda visita.

Creía, y con razón, que su alumnado
–toda vez que era un tanto analfabeto–
le dejaría mal, y, ante el dilema,

cual hombre en mil recursos avezado,
se le ocurrió salir de aquel aprieto,
con una perspicaz estratagema.

                          [II]
Acordó con los chicos su postura:
soplarles” las respuestas adecuadas
a posibles cuestiones formuladas
según el silabario de lectura.

«Yo me pondré detrás del inspector
y os daré la respuesta con un gesto.
Y si lo hacemos bien, saldremos de esto
sin haber cometido un solo error».

Convinieron con él los colegiales,
y el buen educador, ya más calmado,
se aprestó a recibir al funcionario

quien, tras un simple “hola” a los chavales,
y una seca palmada al emplazado,
se puso a consultar el silabario.

                          [III]
«Vayamos, don Quintín, a nuestro asunto.
Observo buen talante y disciplina.
Que están bien educados se adivina;
veamos cómo leen en conjunto».

Dicho y hecho se fue hasta el encerado
para escribir con magistral grafía
la palabra “caballo”. «¡Qué alegría!
–reconoció el maestro– ¡Está chupado!

El vocablo es muy fácil de “soplar”».
Y se puso detrás del inspector
imitando el galope del equino.

Los niños se pusieron a pensar
e intuyeron la pista del tutor.
Y cantó el alumnado salmantino:

                          [IV]
«Ca—ba—llo». Superado el desafío:
«¿Ve usted –dijo el maestro, tras el “aria”–
cómo está preparada mi unitaria?
Escriba otra palabra, señor mío».

Y el timado inspector cogió la tiza
y de nuevo escribió –ahora, “jinete”–.
Y el maestro, asumiendo el nuevo brete,
se inclinó para hacer la agachadiza

y darse de nalgadas varias veces.
«Ji—ne—te», coreó “la escolanía”».
Con ello el optimismo del tutor

se dejaba notar, ahora con creces.
«¿Le quedan más palabras todavía?
–le preguntó el maestro al inspector–.

                          [V]
Si es así, no se prive. ¡Vamos, ande!».
Y el otro dijo: «Bien, me queda, una».
Y, por cambiar de trama caballuna,
“PÉNDULO” transcribió con letra grande.

Y diose el buen maestro del que os hablo
a remedar con lógico meneo
(esta vez con vaivén y balanceo)
el rasgo pendular de aquel vocablo.

Ver el brazo moverse de aquel modo,
alzándose y bajándose pausado,
tensándose y doblándose en el codo...

dio una pista engañosa al alumnado,
que, mirando al maestro de soslayo,
silabeó: “La po—lla del ca—ba—llo”.



   
       





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