viernes, 25 de noviembre de 2016

A LA MEMORIA DE MI PADRE


A la memoria de mi padre, Enrique Redoli, en el decimonoveno aniversario de su partida

        Si hace unos meses publiqué un poema (atípico con el prosósito de este blog) dedicado a mi madre, en esta ocasión he querido hacer lo propio y rescatar este soneto que escribí por el fallecimiento de nuestro querido padre, Faustino (por el santo del día) Gervasio (por uno de sus abuelos) y Enrique (por el caprichoso nombre que se le ocurrió a su padrino), triada onomástica que, a lo largo de su vida, habría de causarle no pocos problemas por parte de la oficialidad, y es que, la confluencia de tantos nombres, quedaba reducida a la de Enrique. Era así como todos le conocían y solían llamarle.

Una parte de mí se va contigo
para estar a tu lado y protegerte,
y compartir, así, la extrema suerte
que debes afrontar, padre y amigo.

Tuviste que enfrentarte a un enemigo
que, en lucha desigual, logró vencerte
y entregarte, sumiso, ante la Muerte.
Ahora que te vas, padre, te digo

que, sí dejas aquí cuanto quisiste:
tus hijos y el trabajo de tus manos
tenaces, incansables y sufridas,

Arriba encontrarás lo que perdiste:
tus padres, nuestra madre y tus hermanos.
Rogad juntos a Dios por nuestras vidas.









sábado, 12 de noviembre de 2016

UN CABALLO QUE NO ENCONTRABA EL CELO


         Esta historia la cuenta, en versión chiste, el irrepetible Joaquín Sánchez (¡Viva er Beti!). Ya se la he oído en dos ocasiones y me he permitido hacer mi interpretación en un chisneto que quiero dedicarle a él y a Monset Ciuraneta, contrincante de Apalabrados, que apreció enfrentarse a un catedrático...
             Aunque, al fin y al cabo, estimada amiga, un catedrático en España viene a ser como un concejal en Cuenca. Espero que la historia os guste a todos.


Un dueño de caballos departía
con otro del oficio, sobre un tema
que, en verdad, le causaba un gran problema:
su mejor semental ya no cubría:

«Ya tengo a la yeguada en pleno celo,
y el caballo no muestra empeño alguno.
No sé qué hacer. Ni sé qué es lo oportuno.
¿Lo jubilo, lo castro, lo flagelo...?».

El amigo responde: «Pues el mío,
tenía una desgana similar.
Me fui al veterinario a consultar

y me vendió un jarabe. ¡No veas, tío,
el caballo no para de montar!
Calculo que ha cubierto a unas cuarenta».

«¿Y recuerdas el nombre del jarabe?»
«Pues no –le dice el otro– ; pero es suave,
y tiene un saborcillo como a menta».