Recibo la historia “original” en el móvil.
La paso a otros
comunicantes, y algunos encuentran
cierto sesgo sexista ofensivo.
Me lo hacen
saber y, elimino la parte más
discutible de la misma, para hacer un chisneto,
que dedico a mi amigo y compañero, Juan Torres,
a otro amigo y valedor
académico,
José Mari Fernández, y a su esposa, Merce.
Y también, cómo no, a mi hijo Enrique
en su treinta y dos aniversario.
[I]
Un viejo caminante paseaba,
cuando
una débil voz le susurró
desde
el suelo. El anciano se agachó,
y
vio que era una rana la que hablaba:
«Has
de saber que soy una princesa
erótica,
hermosa y sensual,
y
curtida en el arte sexual.
La
maldad de una reina diablesa,
que
envidiaba mi encanto deslumbrante,
me
hizo víctima suya. En su locura,
me
convirtió en ranita en un instante.
El
antídoto existe –le asegura–:
con
el beso de un valeroso amante,
recobraré
mi original figura.
[II]
»Si lo haces por mí, yo habré de darte
placeres
como nunca conociste;
siempre
estarás contento, nunca triste,
y
estaré junto a ti, para cuidarte».
El
anciano recoge la ranita,
y se
la guarda dentro de un bolsillo.
La
rana, que no entiende el jueguecillo,
asoma
la cabeza, y luego grita:
«¿Es
que acaso no quieres darme el beso?».
«Claro
que no –responde el hombre, afable–,
a mi
edad no sería muy normal.
Prefiero
renunciar a todo eso
de
vivir una orgía sexual,
y tener
una rana que me hable».