Hace años,
escribí estos versos que cuentan, en tono de humor, la anécdota ocurrida a una
pareja (al uso) con la que me une un fuerte lazo de amistad y sincero cariño. Aprovecho
la onomástica del día, y los publico hoy, con una dedicatoria que extiendo a su
familia, y en especial a Ana, preciosa florecilla, que colma la alegría de unos
abuelos que, si, como padres han sido extraordinarios, ahora como abuelos, han
roto moldes.
Hoy redacto un chisneto en el
que cuento
cómo, con una
simple operación,
se logra la
correcta extirpación
de la bolsa biliar
sin daño cruento.
El lunes,
diecinueve —me han contado—,
los Miranda se
meten mucha prisa
en llegar a la
Clínica de ASISA,
con volante de
encame ya sellado.
Les dan la
habitación seis dieciséis.
Si bien no he dicho
quién, ya intuiréis
que es Susi la
paciente de la historia;
aunque Antonio,
consorte y compañero,
también tendrá su
parte —y muy notoria—
en el tercer soneto
del coplero.
[II]
Después de varias horas en
espera,
digamos siete u
ocho, nueve o diez,
por fin le llega el
turno y, esta vez,
Don José Luis
Gallego a Susi opera.
Y con laparoscopia,
en media hora,
la operación estaba
concluida.
La operada, al sentirse
renacida
con esa piedra
menos, casi llora.
Más tarde, con un
suero glucosado,
Susi pasa la noche
dormidita.
Al despertar, lo
malo ya ha pasado.
La enferma se
levanta, y luego anda.
El médico da el
alta..., y a casita
(“sin fritos y sin
grasas, dieta blanda”).
[III]
Llegados al hogar, cambia la
cosa
cuando a Antonio le
da por recordar
las piedras que le
hubieron de quitar
en una litotricia
dolorosa.
«Mi piedra era más
grande que mi mano»
—dice Susi. Y
Antonio, chacotero—:
«Y las mías ¿qué
eran, de mechero?
Veamos qué nos dice
el cirujano».
«El suyo, doña
Susi, era un pedrusco»
—dice el doctor
Gallego, y la operada—:
«¿Cómo de grande
era?, ¿como un chusco?»
—pregunta, entre
curiosa y afectada—:
«Mucho mayor, pues,
justo en una esquina,
llevaba esta
inscripción: ¡Viva Mollina!».
MORALEJA:
“El matrimonio
Miranda-Barea
por una piedra, casi se
pelea”
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