miércoles, 28 de febrero de 2018

UN CUÑADO EXCEPCIONAL



El chisneto de hoy, se basa en un chiste que me remite un querido amigo, Juan Aranda, malagueño y melillense de pro, cronista y escritor, y difusor de mis historias en medios gráficos, a quien tuve la suerte de conocer hace años, a raíz de una anécdota que recordamos de vez en cuando.

Era mediodía y yo volvía de clase. Juan se encontraba atendiendo al público en la estafeta de Correos en la que prestaba sus servicios, y a la que acudí con un enfado, fuera de lo normal, motivado por un certificado que, a pesar de encontrarme en casa, no me entregaron. El aviso en cuestión decía: “Ausente en horario de reparto”. Con ese encono, y a esas horas, me presenté en la susodicha oficina, protestando más de lo que uno pueda imaginarse (diré, en mi favor, que no era aquella la primera vez que, con “argumentos” similares, se me escamoteaba un certificado).

Mis protestas continuaron hasta que aquel funcionario, de rostro apacible y mirada conciliadora, me dijo, pausada y sabiamente: “Cálmese usted, que habrá que comerse los garbanzos tranquilamente”. Esas son las palabras que creo recordar casi con exactitud, y que, con el tiempo, habrían de propiciar una excelente relación que aún perdura.

Con esta adaptación de su chiste, y en señal de esa amistad aludida, le dedico a Juan, mi versión en soneto. Dedicatoria que hago extensiva a un colega y compañero, otro querido amigo, Enrique Baena, quien, dentro de unos días, se verá tan bien tratado como el protagonista de la historia; incluso mejor, ya que, no solo no habrá de soportar el agobio de sor Leticia, sino que contará con la certeza y confianza que da Dios en su divina Providencia.


Un hombre que, sintiéndose indispuesto,
cayó al suelo, de forma accidental,
fue trasladado a un próximo hospital,
en donde le atendieron con apresto.

Tras una delicada operación,
y una convalecencia sin problemas,
había que tratar un par de temas:
quién y cómo pagar la intervención.

El hospital (católico y romano),
de atención impecable, aunque costosa,
tenía una gestora competente,

la cual, se presentó, factura en mano,
con el fin de cobrar “la dolorosa”.
Y le dijo al enfermo cortésmente:

                            [II]
«Análisis y tac son favorables;
las pruebas realizadas, día a día,
reflejan una franca mejoría.
No hay riesgo de secuelas destacables.

Le doy mi enhorabuena. Está curado.
Me queda una cosilla por tratar:
¿tiene usted un seguro, o similar,
que cubra el tratamiento dispensado?».

«Pues, no ―dijo el paciente―. No señora».
«¿Puede, acaso, pagar en efectivo?»,
le preguntó la monja, seriamente.

Y el hombre, de manera explicadora:
«Eso tampoco ―dijo―. Negativo,
pues no tengo ni un euro, francamente».

                            [III]

La ecónoma empezaba a impacientarse:
«¿Tal vez con cheque, o visa?», preguntó.
«Tampoco ¿Sor...?». «Leticia ―respondió
la monja, que intentaba no alterarse―.

»No tiene familiar, u otra persona
que pueda hacerse cargo de la cuenta?».
Y el paciente le dijo a la intendenta:
«Tengo una hermana monja, solterona.

No sé si atendería la factura».
Sor Leticia espetó: «¡No es solterona!,
por cuanto nuestro esposo, por ventura,

es el propio Señor, tan bien amado».
Y el hombre con sonrisa replicona:
«Pues que pague ―le dijo― mi “cuñado”».

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