Se sientan en un banco a descansar
tres ancianos, que en charla intrascendente,
comentan un asunto recurrente
que ocupa a cada cual, al despertar:
«Me levanto a las siete y, ¿qué os diría?...
con ganas de orinar, pero nanay.
Y así me paso el tiempo, pues no hay
manera de que orine en todo el día».
«Yo despierto a las ocho, y tengo ochenta
–aclara contundente otro vejete–.
Intento ir a cagar, y no hay manera».
Y el tercero, que tiene ya noventa:
«Orino cada día hacia las siete.
Mi vientre hacia las ocho, se libera;
– y añade–. Y eso sí, también es cierto,
que en cuanto dan las nueve, me despierto».
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