domingo, 21 de abril de 2013



Siguiendo con el preobituario...

UNO QUE SE CONFIESA A SU SEÑORA

Uno que estaba enfermo y se moría
quiso dejar tranquila su conciencia,
confesando a su esposa su experiencia
en asuntos de faldas, y decía:

“¿Te acuerdas de Paquita, la criada
que tuvimos a poco de casarnos,
y venía los viernes a limpiarnos?:
pues, su cuerpo fue mío, esposa amada.

¿Y de aquellas dos primas de Onteniente
que venían a vernos en verano?:
sus cuerpos fueron míos, igualmente”.

La esposa con un guiño complaciente,
acaricia al enfermo, con la mano,
y también le confiesa un viejo lío:

“No te aflijas por esos desafueros;
vivimos frente al Cuerpo de Bomberos:
pues, ese Real Cuerpo ha sido mío”.



domingo, 14 de abril de 2013

      
        Después de quince días ausente (la rodilla ha tenido que ver en ello), traigo hoy una historia que, con su peculiar gracejo, suele contar nuestro paisano Chiquito de la  Calzá.   
     Va por él, y por los fieles seguidores del blog. (A los "nuevos" tengo que recordarles que más abajo hay más historias). Un abrazo. Ricardo Redoli.


Dicen que se moría un abuelete
por culpa de la edad y la bebida;
de todo había catado en esta vida:
desde el champán francés hasta el clarete.

En ese trance duro e irreversible,
le atendía, solícita, su esposa,
dispuesta a complacerle en cualquier cosa
que le hiciera la suerte más sufrible:

“¿Tienes algún antojo, en esta hora?”,
le preguntó la amable y fiel señora.
Y con voz apagada y vinolenta:

“Anda y ponme un coñac”, dijo el abuelo.
“Toma agua —le dijo la parienta—,
que el coñac que nos queda es para el duelo”.



lunes, 1 de abril de 2013

   
    Este corsario tiene una vena religiosa poco al uso; sin ser muy amigo de procesiones y de ritos populares, cree, firmemente, que un ser excepcional dio la vida por defender sus ideas y, por ende, por aquellos que decidieron compartirlas. Si hubo un premio a su labor, extensivo a quienes creemos en Él,  tuvo que ser este


DOMINGO DE RESURRECCIÓN

El alba se despierta alborozada.
El hijo de Dios vivo resucita:
no ha podido la muerte en esa cita
cobrarse, como es norma, su soldada.

La piedra, del sepulcro retirada,
da paso a quien es luz, y en ella habita,
a quien venció a la muerte, la maldita
herencia del pecado y de la nada.

Y Cristo, a quien la ira sin sentido
matara provocando al Dios Eterno,
resurge de la tumba y cobra vida:

nos abre el Paraíso, ayer perdido,
derrota a los poderes del averno
y cumple su palabra prometida.