Después de quince días ausente (la rodilla ha tenido que ver en ello), traigo hoy una historia que, con su peculiar gracejo, suele contar nuestro paisano Chiquito de la Calzá.
Va por él, y por los fieles seguidores del blog. (A los "nuevos" tengo que recordarles que más abajo hay más historias). Un abrazo. Ricardo Redoli.
Dicen que
se moría un abuelete
por culpa de la edad y la bebida;
de todo había catado
en esta vida:
desde el champán
francés hasta el clarete.
En ese trance duro e
irreversible,
le atendía, solícita, su esposa,
dispuesta a
complacerle en cualquier cosa
que le hiciera la suerte más sufrible:
“¿Tienes algún antojo,
en esta hora?”,
le preguntó la amable
y fiel señora.
Y con voz apagada y
vinolenta:
“Anda y ponme un
coñac”, dijo el abuelo.
“Toma agua —le dijo la parienta—,
que el coñac que nos
queda es para el duelo”.
Es genial.
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