viernes, 23 de agosto de 2013


EL HIJO DEL BARBERO Y SU CLIENTE

Un barbero, buscando el beneficio
de un hijo sin estudios y vagante,
en aras de un futuro más brillante,
le inició de aprendiz en el oficio.

Le buscó un parroquiano a su novicio:
un hombre bonachón y tertuliante,
cliente de fiado, y tolerante,
al que prestaba siempre buen servicio.

El joven, en el día de su estreno,
blandiendo la navaja algo indeciso,
le asestó un corte seco a su cliente.

El padre, que de nada estaba ajeno,
al ver salir la sangre, de improviso
fue y largó un bofetón furiosamente.

                          [II]

Tres cortes más siguieron al primero,
y, a cada uno, le siguió un metido
destinado al zagal, mas recibido
por el pobre cliente del jifero.

Un quinto corte, que será el postrero,
le arrancó, con la oreja, un gran quejido.
En el suelo, el apéndice caído
recordaba la gloria de un torero.

Y el cliente, mirando al alfajeme,
cuyo genio conoce y ahora teme,
le dice al aprendiz con desconsuelo:

“Pisa la oreja y déjala en el suelo,
que, si tu padre larga otra colleja,
seguro que me arrancas la otra oreja”.


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