EL
HIJO DEL BARBERO Y SU CLIENTE
Un
barbero, buscando el beneficio
de un hijo sin
estudios y vagante,
en aras de un futuro
más brillante,
le inició de aprendiz
en el oficio.
Le buscó un
parroquiano a su novicio:
un hombre bonachón y
tertuliante,
cliente de fiado, y
tolerante,
al que prestaba
siempre buen servicio.
El joven, en el día de
su estreno,
blandiendo la navaja
algo indeciso,
le asestó un corte
seco a su cliente.
El padre, que de nada
estaba ajeno,
al ver salir la
sangre, de improviso
fue y largó un
bofetón furiosamente.
[II]
Tres
cortes más siguieron al primero,
y, a cada uno, le
siguió un metido
destinado al zagal,
mas recibido
por el pobre cliente
del jifero.
Un quinto corte, que
será el postrero,
le arrancó, con la
oreja, un gran quejido.
En el suelo, el
apéndice caído
recordaba la gloria
de un torero.
Y el cliente, mirando
al alfajeme,
cuyo genio conoce y
ahora teme,
le dice al aprendiz
con desconsuelo:
“Pisa la oreja y
déjala en el suelo,
que, si tu padre larga otra colleja,
seguro que me arrancas
la otra oreja”.
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