Esta mañana, he oído una noticia, difundida por la radio, con relación a unas cabras que, la pasada noche, han “invadido” la ciudad de Huesca, lo que da pie a este chisneto que escribí hace algún tiempo y que, en su versión original como chiste, me llegó a través de un antiguo compañero y amigo, Mariano Labajos. ¡Va por él y por las cabras! (¿o eran ovejas?).
Un hombre, que se viera sin trabajo
tras quebrar el negocio familiar,
acudió a un ganadero del lugar
en busca de cualquier clase de tajo.
El otro le ofreció cuidar ganado,
pidiéndole destreza y experiencia:
–No las tengo, mas, tengo suficiencia,
y prometo cumplir lo encomendado.
Movido por el caso del fulano,
el otro le ofreció la ocupación
al tiempo que un consejo primordial:
–Mañana, hacia las seis (o más temprano),
y siempre, en ordenada formación,
llevará usted las cabras al pradal.
Y así lo hizo el nuevo cabritero,
que, tras pasar la noche sin dormir,
acudió tempranito para abrir
y sacar al ganado del chiquero.
Y pasó la jornada a cielo abierto
aprendiendo los gajes del oficio.
Cuando pasó la tarde, el “exnovicio”,
regresó con las cabras, casi muerto.
Una cosa llamaba la atención:
el rebaño caprino parecía
un desfile en perfecta formación.
El patrón, que del pasmo no salía,
preguntó por su estado y situación:
–Me parece que tengo algo de fiebre
––respondió–. Esa cabra chiquitilla
todo el día se ha hecho la “cojilla”.
Y la cabra en cuestión ¡era una liebre!
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