Termina la
Feria de Málaga, y cumplo con la palabra dada a uno de mis
mejores oponentes de Apalabrados. Ramón, aquí tienes el chisneto prometido. Un
abrazo.
Era el último día de festejos.
Los
feriantes guardaban sus enseres,
se
retiraban hombres y mujeres,
niños
y niñas, jóvenes y viejos.
Un
borracho, metido ya en “materia”,
bebido
como cuba de Jumilla,
rezumando
buen fino y manzanilla,
andaba,
a trompicones, por la feria.
Llegado
hasta una tómbola estridente,
Y,
en busca de un regalo extraordinario,
compró
cien o doscientas papeletas,
logrando
un solo premio, finalmente.
Conclusión:
se dejó medio salario
y
tiró a la basura sus pesetas.
[II]
Por aquello de ser último
día
y
tener casi todo empaquetado,
a
la hora de darle lo ganado,
el
ruidoso feriante le ofrecía:
«¿Qué
regalo prefiere el caballero
un
paquete sorpresa, o «la chochona”?»
Pensando
que sería una “litrona”,
el
borracho se queda lo primero.
Habría
que decir que la sorpresa
que
escogió era solo una tortuga,
de
esas de concha grande y mucha arruga.
El
borracho la mira y la sopesa
y
se va con su carga en buenahora,
para
volver, pasada media hora.
[III]
Se acerca por la tómbola, de
nuevo,
y
pide otras doscientas papeletas.
Y
el borracho se queda sin pesetas
pero
piensa: «Esta vez sí me lo llevo».
Y
así fue, pues al cabo, lo consigue,
un
premio entre doscientos papelillos.
Al
pobre se le encienden los ojillos,
pensando
en el regalo que persigue.
«¿Qué
puedo darle ahora a este borracho?»,
se
pregunta el feriante preocupado.
El
otro, que no sale de su empacho
le
larga el parlamento preparado:
«Dame
otro bocadillo que me voy;
pero
en este, que el pan sea de hoy».