lunes, 1 de agosto de 2016

EL MILAGRO DE LOS PANES Y LOS PECES

         El Evangelio del día (Mt. 14, 13-21) habla de la multiplicación de panes y peces, lo que me da pie para ofrecer esta historieta que tiene una versión precedente (aunque con otro final milagrero) en el libro Genio e Ingenio del pueblo andaluz, de Fernán Caballero. Recurro a la edición de A. Gómez Yebra, publicada por Castaglia en 1995.


         Un cura predicaba sobre el milagro del pan y de los peces, y habiéndose equivocado, dijo que cinco mil peces bastaron para satisfacer a cinco personas.
—¿Y no se ahitaron? —le preguntó un chusco.
— No, y ahí estuvo el milagro— contestó el predicador sin perturbarse.


EL MARIQUITA Y EL MILAGRO DE LOS PECES
Un domingo, en la misa matinal,
el cura que explicaba la homilía
hablaba de la gente que seguía
a Jesús de manera excepcional:

«Os hablo de un milagro sin igual:
con solo seis mil peces —les decía—
y tres mil panecillos, un buen día,
dio de comer a diez, como si tal».

Un mariquita de lo más fetén,
que oía desde un banco aquel sermón,
objetó con un dejo inconfundible:

«Eso, padre, lo hago yo también».
El cura, que ignoró la observación,
prosiguió con su prédica, impasible.

                          [II]
Al terminar, llamó al impertinente
que se acercó esbozando una risita:
«¿Acaso haces milagros, mariquita,
o me tomas el pelo, simplemente?»

El otro, con su gesto sonriente,
respondió, con mirada chiribita:
«Ay, padre, le salió fatal la cita:
dijo mucha comida y poca gente».

El cura se dio cuenta del error.
Aquel mariconcillo de sus culpas
le hizo comprender que estaba errado.

Así que se olvidó del malhumor,
le presentó al muchacho sus disculpas
y se marchó a su casa resignado.

                          [III]
Por la tarde, el buen cura repetía
el sermón en horario vespertino.
De peces y de panes con buen tino
hablaba a su parroquia y le decía:

«Seis  panes y  tres  peces, aquel día,
bastaron a Jesús, Santo y Divino,
para dar de comer en su camino
a la gran multitud que le seguía».

El cura satisfecho se ha quedado,
sin embargo el moñilla reacciona:
«Pues eso lo hago yo». Y va el sotana:

«¿Cómo habrías de hacerlo, maricona?»
«¡Ay, padre —le contesta el cuestionado—,
con lo que me sobró de esta mañana!»


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