Este el primer chisneto de la saga.
Nació en El Churrasco, en Córdoba, y lo redacté a lo largo de una comida con
colegas, miembros de un tribunal de oposiciones del que yo formaba parte.
Entre plato y plato, nacieron estos primeros versos que se inspiran en un viejo chiste
que, con una gracia especial, contaba mi madre, la irrepetible Manolita Morales.
LA BEATA AQUEJADA DE PICORES
Se dice que
acudió al confesionario
una asidua beata, preocupada
por cierta comezón inusitada
que habíale quitado el sueño diario.
El cura, con rigor preconciliario,
le preguntó: “¿Qué tienes descarriada?
¿Qué pena te acongoja, so pasmada,
que no puedas curar con un rosario?”
“¡Ay, padre!, es que siento unos calores,
que me suben y bajan por el pecho,
y no hay polvos que calmen mis picores”.
Su edad pregunta el cura y, a despecho:
“Noventa —dice ella— soy la
Encarna”.
“Pues, ¡ráscate, hija mía, que eso es sarna!”
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